Ex-praecipitatio. A brief manifesto on painting within abject post-vitalism.

The pictorial practice that seeks a new carnality is inscribed in the radical exploration of unprecedented formulas and natures within the contemporary subject-observer / visible-object relation, where emerging substances blur together in a pulse of unstable visceralness that subverts any order prior to the experience of the pictorial event. The work moves within the register of a liminal territory in which matter vibrates, implodes, decomposes, and recomposes itself as a living nature-machine, overflowing the distinction between materialities and dissolving the image of the body as the ontological basis of being. This friction ––closer to an erratic cardiogram than to a stable form–– activates a process of decomposition that opens painting to a proliferation of forces and residues that escape traditional dualisms and push the subjective particularity of identity to its limit, stimulating the gothic body as a transient, gender-dispossessed, anorganic continuum.

At this instance, the operative informe unfolds not as an absence of form, but as a spirited and affirmative vector that deterritorializes, dislocates, and reconfigures the effective powers of embodiment. Painting is thus constructed through the ominous action of tearing, falling, and trembling ––the gravities––: gestures that erode the identity of bodies and allow the emergence of new material alliances. In that minimal, transgressive space ––strained and almost entirely stripped of unity–– matter bursts forth as the groundwork for artistic creation, reconstituting itself as a new agency upon whose own remains an excess is engendered that refuses to be captured by systems of meaning or by the closed narratives characteristic of capitalist catastrophism. The work does not withdraw from the process of engendering: it accelerates it, pushing it toward a threshold where organs and forms may produce freely. As an an-organism in perpetual mutation, it rises as the spinal column of a triumphant trauma.

This profound impulse, an absolute collision of the intermedial, serves as a communicating force for the administration of catastrophe beyond pleasure. In a kind of libidinal necro-naturalism, it communicates through the fragmentary and the abject, unfolding a whole field of possibilities in which the void appears not as absence, but as a promise of revelation and illumination. The form of its display in painting does not represent: it pulses, presses, and constricts. It acts as a surface of resonance in which color and visual texture acquire an almost tactile physicality, a putrescent carnality and, for that very reason, a living one: jubilant and ecstatic corpore insepulto. The works configure fluctuating territories where origin and end meet and converge, and where the essential ––flesh, light, space, color, movement, and the earth itself as substrate–– appears stripped of any accessory element. 

The practice of this painting is grounded in a process of generalized abstraction tending toward precipitation, toward gravity. It is a painting founded upon the continuous transformation of the base element ––both material and metaphorical––. Forms dissolve in order to recompose themselves; they shun the dictatorship of signification and open corridors for new nomadic movements. This painting, devoted to the direct experience of the event of flesh, lends itself as a surface for the revelation of difference: a coexistence of the hidden and the present, where each fragment is at once memory and projection, appearance and specter. Before these works, the viewer inhabits a frontier where matter, in its most unstable state, always promises a revelation to come; a manifestation that is none other than that of life itself in its purest and deepest sense.


Darío Hérguer, December 3, 2025, Madrid.



––ESP––


Ex-praecipitatio. Breve manifiesto acerca de la pintura en el postvitalismo abyecto.


La práctica pictórica propia de la búsqueda de una nueva carnalidad se inscribe en la exploración radical de fórmulas y naturalezas inéditas de la relación sujeto-observador / objeto-visible contemporánea, donde las sustancias emergentes se confunden en un pulso de visceralidad inestable que subvierte cualquier orden previo a la experiencia del acontecimiento pictórico. La obra se mueve en el registro de un territorio liminal en el que la materia vibra, implosiona, se descompone y recompone como una máquina-naturaleza viva, desbordando la distinción entre materialidades y desvaneciendo la imagen del cuerpo como base ontológica del ser. Esta fricción –más cercana a un cardiograma errático que a una forma estable– activa un proceso de descomposición que abre la pintura a una proliferación de fuerzas y residuos que escapan a los dualismos tradicionales y ponen al límite la particularidad subjetiva de la identidad, estimulando el cuerpo gótico como continuum anorgánico transitorio y desposeído de género.


En esta instancia, lo informe operante se despliega no como ausencia de forma, sino como un vector animoso y afirmativo que desterritorializa, disloca y reconfigura las potencias efectivas de la corporeización. La pintura se construye así por medio de la ominosa acción del desgarro, la caída y el temblor –las gravedades–: gestos que erosionan la identidad de los cuerpos y permiten la emergencia de nuevas alianzas materiales. En ese espacio mínimo, de transgresión, tensionado y casi despojado por completo de unidad, la materia estalla como fundamento para la creación artística, reconstituyéndose como nueva agencia sobre cuyos propios restos se engendra un excedente que rehúsa ser capturado por los sistemas de sentido o las narrativas cerradas propias del catastrofismo capitalista. La obra no se retira del proceso de engendramiento: lo acelera, lo empuja hacia un umbral donde los órganos y las formas pueden producir libremente. A la manera de un an-organismo en perpetua mutación, se erige como columna espinal de un trauma triunfante.


Este impulso profundo, absoluta colisión de lo intermedial, sirve como fuerza comunicante a los propósitos de la administración de la catástrofe más allá del placer. En una suerte de necro-naturalismo libidinal, se comunica por entre lo fragmentario y lo abyecto desdoblando todo un campo de posibilidades en donde el vacío no se presenta como ausencia, sino como promesa de revelación y alumbramiento. La forma de su exhibición en pintura no representa: pulsa, aprieta y presiona. Actúa como una superficie de resonancia en la que color y textura visual adquieren una fisicidad casi táctil, una carnosidad putrefacta y, por eso mismo, viva: jubiloso y extático corpore insepulto. Las obras configuran territorios fluctuantes donde origen y fin se encuentran y convergen, y donde lo esencial —la carne, la luz, el espacio, el color, el movimiento y la tierra misma como sustrato— aparece despojado de cualquier elemento accesorio.


La práctica de esta pintura se fundamenta en un proceso de abstracción generalizada y tendiente a la precipitación, a la gravedad. Se trata de una pintura fundada por sobre los procesos de transformación continua del elemento base –tanto material como metafórico–. Las formas se deshacen para recomponerse, rehúyen la dictadura de la significación y abren corredores para nuevos movimientos nómadas. Esta pintura, devota de la experiencia directa del acontecimiento de la carne, se presta como superficie para la revelación de la diferencia: coexistencia de lo oculto y lo presente, donde cada fragmento es a la vez memoria y proyección, apariencia y espectro. Frente a sus obras, el espectador habita una frontera donde la materia, en su estado más inestable, promete siempre una revelación por venir; una manifestación que no es otra que la de la propia vida en su más puro y profundo sentido.



Darío Hérguer, a 3 de diciembre de 2025, en Madrid.